Pues si, esta entrada no va de pan... va de calcetines, de viajes, de librerías, de libros (bueno si, de pan) y de guapos panaderos. Pero sobre todo quería compartir algunas reflexiones sobre esas cosas pequeñas que hacen que algunos momentos se conviertan en extraordinarios, o no.
Y también de cómo llego a casa el libro "Pains & Viennoiseries, Maison pas à pas" de Emmanuel Hadjiandreou, que ya había comentado en alguna entrada. ( pan de centeno, ciruelas y pimienta rosa & pan de remolacha). Este libro me tiene enamorada por todo, tiene fotos increíbles, y recetas sencillas que siempre salen bien.
Y también de cómo llego a casa el libro "Pains & Viennoiseries, Maison pas à pas" de Emmanuel Hadjiandreou, que ya había comentado en alguna entrada. ( pan de centeno, ciruelas y pimienta rosa & pan de remolacha). Este libro me tiene enamorada por todo, tiene fotos increíbles, y recetas sencillas que siempre salen bien.
Cada otoño , si es posible, intentamos hacer un viaje cortito, cuatro o cinco días , para conocer una ciudad en Europa con nuestras hijas (mi amatxo va en el pack). Vamos rotando quién elige destino cada año (aunque mi madre, se aprovecha de su condición de "senior" para venderle su libro a las enanas, y que acaben eligiendo la ciudad que quiere ella... si lee esto me mata). Es un viaje, que siempre ha hecho muchísima ilusion al personal pequeño porque eso de ir a otro país pues, mola mucho ( imagino que fardarán lo suyo luego en clase) , así que hablamos bastante del tema durante todo el año.
Tenemos una hucha, que es basicamente un calcetín con una tapa de madera, al que vamos haciendo contribuciones ( y confieso que también hay sustracciones en momentos puntuales.. más de las que confesamos ;D). Al calcetín llegan normalmente las monedas de la cartera y a veces, algún billete en un arrebato de generosidad. Las txikis siempre echan las monedas que se encuentran y en ocasiones , también algún dinerillo de cumpleaños con el que quieren contribuir a los viajes. De vez en cuando, hacemos alguna cosa simbólica para ellas, en plan ahorro, como no llevar el coche a limpiar, lavarlo nosotros en el garaje, y luego meter en el calcetin los diez o doce euros que nos hubiera costado el lavado. En alguna ocasión también hemos intentado ahorrar en peluquería, pero ya hemos visto que mejor no, que merece del todo la pena visitar al peluquero, aunque sea a costa de no engordar el calcetín , pero mantener nuestras greñas más o menos en orden.
Tenemos una hucha, que es basicamente un calcetín con una tapa de madera, al que vamos haciendo contribuciones ( y confieso que también hay sustracciones en momentos puntuales.. más de las que confesamos ;D). Al calcetín llegan normalmente las monedas de la cartera y a veces, algún billete en un arrebato de generosidad. Las txikis siempre echan las monedas que se encuentran y en ocasiones , también algún dinerillo de cumpleaños con el que quieren contribuir a los viajes. De vez en cuando, hacemos alguna cosa simbólica para ellas, en plan ahorro, como no llevar el coche a limpiar, lavarlo nosotros en el garaje, y luego meter en el calcetin los diez o doce euros que nos hubiera costado el lavado. En alguna ocasión también hemos intentado ahorrar en peluquería, pero ya hemos visto que mejor no, que merece del todo la pena visitar al peluquero, aunque sea a costa de no engordar el calcetín , pero mantener nuestras greñas más o menos en orden.
El calcetin es simbolico, vamos ahorrando, poquito, pero para ellas es un aliciente y una gran emoción ver que con lo que atesora podemos pagar algún vuelo, o alguna excursión durante los viajes. Un calcetín que ha engordado durante todo el año, y al que contribuimos todos.
El año pasado tocó Bruselas, como solución a no ponernos de acuerdo a dónde ibamos. Bueno y también porque el vuelo estaba baratín, y como somos tantos, pues los ahorros son más que bienvenidos. Cada vez que alguién nos preguntaba dónde ibamos este año, y le deciamos que a Bruselas, nos ponía careto de "a-Bruselas?-qué-poco-emocionante-no?" Creo que ibamos ya poco motivados. Y quizá fue esa falta de expectativas lo que nos hizo visitar la ciudad sin mucha planificación, sin prisas, sin rutas. Y conocimos una ciudad que vive muy bien, con muchos rincones, y gente muy amable.
Y es en Bruselas dónde compramos este libro panadero maravilloso.
Entre café y café , entramos en una librería de esas pequeñitas, no exactamente ordenadísima pero muy cuidada, con ese punto relajado que tiene el comercio en “Europa” (si, con comillas) que es tan difícil encontrar por aquí. Y yo disparada hacia la sección de gastronomía a curiosear. Y fue el primero que vi, la portada me llamó, con esta fotografía tan sencilla, parecía que esas manos me ofrecían el pan y el libro a la vez “tómalo, venga”.
Estaba en francés, pero bueno , ya me apañaría entre mi no-francés y la ayuda de alguna amiga. Cogí algún otro libro, y dude mucho, solo quería coger uno. Me hubiera llevado todos, pero de un tiempo a esta parte, me corto mucho para comprar libros y he dejado la dosis pautada a un libro cada vez. Hasta que no lo leo, releo y trabajo con ese libro, no entra uno nuevo. Es un poco por todo, por intentar un consumo más responsable, por espacio, por salud mental, por dar un poco de ejemplo a las enanas ( que muchas veces no lo consigo, pero bueno esto está en la carpeta de #workinprogress)

Estaba en francés, pero bueno , ya me apañaría entre mi no-francés y la ayuda de alguna amiga. Cogí algún otro libro, y dude mucho, solo quería coger uno. Me hubiera llevado todos, pero de un tiempo a esta parte, me corto mucho para comprar libros y he dejado la dosis pautada a un libro cada vez. Hasta que no lo leo, releo y trabajo con ese libro, no entra uno nuevo. Es un poco por todo, por intentar un consumo más responsable, por espacio, por salud mental, por dar un poco de ejemplo a las enanas ( que muchas veces no lo consigo, pero bueno esto está en la carpeta de #workinprogress)
Llego a la caja y me atiende un señor muy amable en inglés (enseguida se ha dado cuenta de que somos guiris) , toma el libro para cobrarlo y mientras lo hace, me pregunta “¿le gusta el pan?”. Y que me mire y me lo pregunte , pues ya me parece fascinante. Pues vaya idiotez, pensareis. Pues no del todo, porque aquí en esta ciudad grande dónde vivo, nos hemos acostumbrado tristemente a que nadie te mire en un comercio y a vivir el hecho de ir a comprar como algo absolutamente automatico en el que alguién al otro lado de la caja , te pide la tarjeta sin mirarte y sigue hablando con su colega. Pagas y te vas. Y digo habitualmente porque siempre hay excepciones. Pero aquel señor vio el libro que había comprado, se interesó por la elección, me miró y empezamos a hablar sobre el pan, sobre hacer pan en casa, sobre cómo era el pan en Bélgica, sobre otros libros recomendables... un rato delicioso de charla. Y cada vez que abro el libro, ahí está ese momento.
Cuando me pasan estas cosas siempre pienso en la vida esta que llevamos por aquí, que no nos deja pararnos a ver a las personas con las que nos cruzamos a diario, que nos hace perder muchas cosas buenas cada día, que nos hace ir por ahí sin ver, sin sentir y en definitiva sin vivir. No voy a hacer un alegato de lo “slow” como rollo marketiniano y megaguaisssss, pero si me quiero parar a ver las diferencias entre vivir de manera consciente, o al menos intentarlo, o ir con el piloto automático puesto por la vida ( si os gusta el tema de cocina consciente, pasaros por el blog de Luis Portillo www.cocinameditativa.com sobre cocina, meditación y alimentación consciente)
Aquel señor librero, además de un superprofesional, estaba presente , y trataba a las personas que entraban en su casa con un respeto y un cariño fuera de lo común. Se le veía feliz.
Y además como buen vecino, y fomentando la comunidad, me contó muy orgulloso que a un par de manzanas de la librería, había una de las mejores panaderías de Bruselas, que hacían un pan de muchísima calidad y que enseguida volaba de la tienda en cuanto sacaban las hornadas. Era la panaderia Le Saint-Aulaye ( Rue Américaine, 130). Así que de la librería, nos acercamos a la panadería. Pero llegamos justo cuando estaban cerrando, con la tienda casi vacia.Aquel señor librero, además de un superprofesional, estaba presente , y trataba a las personas que entraban en su casa con un respeto y un cariño fuera de lo común. Se le veía feliz.
Había un guapo (mucho) panadero recogiendo los cestos ya ¡qué pena! no nos habíamos dado cuenta de la hora, eran ya las seis y media y estaban cerrando. Horarios dignos para las personas, y para los panaderos, que falta hace. Y allí nos quedamos mirando como el panadero recogía los cestos, con su camiseta blanca de panadero, su delantal y su gorro... con la cara pegada al escaparate. Así que nunca supimos, si el exito de la panadería eran sus ricos panes, o el panadero macizo.
Así que tenemos una excusa para volver y probar el pan de Saint-Aulaye
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